The Sexual Impulse

Capítulo 2

CARTAS A UN JOVEN ESCRITOR MEDIOCRE

Este es un ejemplo de la forma en que usted puede escribir bajo los efectos de algun psicotrópico. No le garantizamos resultados satisfactorios.

Tomado de los cuadernos de The Sexual Impulse, Absurd Group

Barcelona 2005

MINOTAURO

Esta vez sí iba a pasar. Iba a darse de jeta contra el mundo, con la cabeza ondeando al viento y sin frenos hacia lo gris arenoso de la calle dura, donde la sangre no dejaría mas que una mancha momentánea en la palabra PARE escrita con letras gordas y blancas, 17 pisos más abajo, una mancha que iba a durar mucho más.

No había sonrisa en su rostro, no había recuerdos, sólo se mantenía en crescendo un palpitar que llenaba el espacio de retumbos… bum… bum… -ya de nada va a servirme este puerco corazón- … bum … bum…

El cráneo se despedazó acompañado por un ruido a crack y a líquido, los ojos quedaron abiertos con el vértigo fijo sobre la nariz astillada; por dentro y escurriéndose rápidamente de su jaula de barrotes rotos los órganos reventados en fuga hacia la libertad…

Tras esta nada de carne y sangre, la gravedad y el viento traían una lluvia de papeles.

Una de las primeras hojas cayó en un hilito de sangre muy cerca de la mano izquierda, tenía dibujado un perro con las cuatro patas en el suelo, en otra que se llevó un ciclista por delante decía “silencio”, en otro trozo que se posó en las cabezas de los curiosos de cualquier muerte de cualquier calle de cualquier ciudad, decía “recuerdo” y en los cientos de hojas que siguieron lloviendo sobre el cuerpo tembloroso, que durante un segundo fue arma, estaba escrita una novela.

Los papeles se los llevó el viento hasta los cerros y el río. Yo lo se con certeza porque aquella tarde estaba deambulando con mi cámara por una calle cercana y se me pegó una palabra a la suela del zapato. Caminé un poco tratando de quitarmela, hacía un ruido crujiente como de alas de cucaracha y me tuve que detener para arrancarla… ahí estaba, escrita de manera confusa, como si lo hubiesen hecho con mucha prisa la palabra “nombre”. Mi nombre.

Caminé recogiendo del suelo y atrapando en el aire palabras al azar, sabía que no podría leerlas todas, pensé en las que jamás vería y que mantendrían personajes y pensamientos ocultos por siempre… qué coño me importa, llegué hasta el cuerpo, salté como un bufón sobre el espectro de miembros desyuntados. Un pas de deux para tomar en el aire la palabra “behold”, un salto grotesco para “girasoles” y un pisotón de flamenco para una palabra que desde un charco rojo salpicó a todos los cercanos… “anemia”.

Aquella mañana de lunes el tráfico se le había metido por las ventanas envolviéndolo con el ruido de motores de motos, pitos y frenazos. Cuando despertó era tarde para desayunar, corrió hasta la parada del bus sólo para verlo partir un segundo antes de que llegara, mole maloliente repleta de pasajeros colgados como murciélagos en esa caverna móvil y putrefacta. Arrastra mi destino todas las mañanas, arrastra mi vida hasta que se acabe, igual ya estoy muerto – pensó con sorna y el dolor en el pecho se intensificó y luego sólo fue un rumor en sus oídos. Caminó hasta la oficina cargando la maleta que le servía para causar un perfecto dolor de espalda. Mientras caminaba hasta la torre de oficinas agitaba en su mano el fruto de lo que él mismo era… palabras.

Antes lo había tenido todo y ahora no era nada más que un quejido de la mediocridad, se había dejado arrastrar, se había descompuesto como los cadáveres de los animales muertos en las calles de esa ciudad puta y maldita que no lo había dejado escapar, haciéndole creer que la pestilencia era perfume, se dejó envolver en un abrazo asfixiante y eterno.

Pero las palabras… las palabras… las había atrapado en sus caminatas por la espuma de la playa, para luego ir pegándolas una a una en el esqueleto de barco que había construido en su cerebro, doblándolas con cuidado y acomodándolas como collage en las paredes de ese sueño que debía llevarlo, atravesando miles de kilómetros en la inmensidad del mar, sin deshacerse, impávido en la tormenta, invisible a las desgracias… su barco, su último sueño, el que finalmente navegaría entre aquello que llamaba cielo.

Unos días antes de botarlo a las olas verificó las corrientes que habrían de llevarlo a la borrachera eterna, empujándolo por corredores de risas y abrazos que el viento traía de más allá, que él buscaría insistente hasta que los ojos se le llenaran de sal… aquel punto sin faro ni muelle, ese era su destino.

Aquella mañana en que lo despertó el tráfico y no alcanzó el bus, había una lluvia tenue sobre su cabeza despeinada, en vez de corbata llevaba traje marinero y zapatos azules de tela, el barco estaba completo en su cabeza y no había nada más que hacer o decir, no había nada.

Llegó a la oficina, miró a la secretaria de soslayo, pasó junto a los compañeros que tomaban café y hablaban del programa de moda en la televisión, miró sus rostros, su boca gesticulo una mueca de saludo y su cuerpo desapareció en su cubículo. A las tres de la tarde del trece de abril cuando cumplía 31 años salió corriendo a través del corredor y se arrojó con su maleta por la ventana del piso 17 del edificio “Tedio”.

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